¿QUIÉN DEFENDERÁ AL HOMBRE ?
En los últimos días, el país volvió a encenderse en torno al debate del acoso, tras el episodio en el que un hombre se acercó a la presidenta Claudia Sheinbaum afuera de Palacio Nacional.
Lo que en apariencia fue un gesto torpe, una imprudencia sin mayor daño, terminó convertido en un símbolo nacional: el acoso debe castigarse con mayor severidad.
Y sí, nadie duda de que debe hacerse justicia cuando existe daño real, intimidación o abuso.
Pero la pregunta que comienza a inquietar —aunque pocos se atrevan a hacerla en voz alta— es: ¿qué pasará ahora con los hombres?
La sociedad mexicana atraviesa un momento donde el pendiente histórico del machismo está por fin encontrando límites legales y sociales.
Sin embargo, el péndulo parece moverse al extremo opuesto, donde cualquier intento de acercamiento, comentario o gesto masculino puede ser interpretado como agresión, hostigamiento o acoso.
Y ahí es donde la línea se vuelve peligrosa.
La cultura del miedo está sustituyendo a la cultura del respeto.
Hoy, un hombre puede ser acusado, señalado y encarcelado sin juicio, sin pruebas y sin oportunidad de defenderse.
Y lo peor: las consecuencias sociales son inmediatas.
Antes de que la ley hable, ya lo hizo el linchamiento digital.
Esto no se trata de justificar el acoso —nadie lo defiende—, sino de exigir equilibrio.
Porque la justicia, cuando pierde el equilibrio, se convierte en revancha.
¿Dónde queda el derecho del hombre a ser escuchado cuando una acusación falsa destruye su reputación, su trabajo o su vida familiar?
¿Existe un marco legal que sancione a quienes mienten o manipulan denuncias para obtener beneficio o causar daño?
Las leyes actuales lo prevén, sí, pero rara vez se aplican.
En los hechos, el hombre queda desarmado frente a la sola palabra de quien lo acusa.
Si el gobierno y los colectivos feministas avanzan hacia una legislación que tipifique el acoso como delito grave, el siguiente paso inevitable será revisar también el otro lado de la moneda: la responsabilidad de quien acusa.
No puede haber justicia verdadera si solo una parte tiene voz, ni igualdad si solo un género tiene el beneficio de la duda.
El debate no es entre hombres y mujeres, sino entre justicia y exceso.
No se trata de proteger a los acosadores, sino de evitar que la histeria colectiva convierta cualquier intento de acercamiento, coquetería o simple palabra en un delito.
Porque si seguimos por ese camino, nadie podrá acercarse, mirar o hablar sin miedo a ser acusado.
Y entonces, lo que comenzó como una lucha por respeto, terminará como una sociedad fracturada por la sospecha.
En tiempos donde todos gritan “¡no más acoso!”, conviene también preguntar:
¿Y quién defenderá al hombre cuando la balanza de la justicia se incline demasiado?
