7 de noviembre de 2025
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Llévese las Clauditas de recuerdo

Marcos Hernández Valerio

En el corazón del Zócalo, donde los ecos del Primer Informe de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo vibran entre banderas y aplausos, los comerciantes ambulantes despliegarón su ingenio.

La calle Madero, arteria pulsante de la ciudad, se convierte en un mercado de memorias, donde la figura de «Claudita» se transforma en objetos que los transeúntes atesoran como reliquias de un momento histórico.

Bajo un toldo azul desteñido por el sol, Doña Tere, una mujer de rostro curtido y manos que parecen contar historias con cada gesto, preside su puesto.

No hay letreros llamativos, solo el murmullo de la multitud y el aroma a elote hervido que se cuela desde el puesto vecino.

Aquí, la memoria de Claudia se materializa en llaveros, stickers, pinturas y un tejido monumental que es más que mercancía: Es un acto de supervivencia, «algo para vender y tener un dinero para la familia».

«¡Pásele, joven, llévese un recuerdito de Clauditas!», grita Doña Tere, con una sonrisa que balancea orgullo y nostalgia.

Sobre una mesa de tablones cubierta con una sábana blanca, sus tesoros brillan al sol: llaveros a 10 pesos con el rostro sonriente de Claudia estampado en plástico; stickers de 5 pesos, pequeños y coloridos, listos para adornar libretas o termos; pinturas a 40 pesos, retratos de pinceladas torpes pero sinceras, donde los ojos de Claudita parecen vigilarte; y una manta de 6 mil pesos, bordada con hilos verdes, rojos y dorados, una obra que, según Doña Tere, «costó tres meses de noches sin dormir».

«Ya no hay AMLITOS, quiza por ahí algunos arrinconados, se acabaron hace meses», suspira mientras alinea los llaveros.

Esos muñecos de felpa, que alguna vez fueron fiebre en estas calles, son ahora un recuerdo difuso, un eco de otra época.

La ciudad cambia, la demanda muta, pero Doña Tere permanece, aferrada a su puesto como quien custodia una causa. Cada objeto vendido lleva una historia.

Un señor de bigote canoso toma un sticker, lo observa con melancolía y murmura: «Me la recuerda mucho, ¿sabe? La conocí en una marcha».

Paga los 5 pesos sin regatear. Una joven con audífonos colgando del cuello compra una imagen impresa.

«Es para mi mamá, ella la quiere mucho», dice mientras la envuelve en una bolsa de plástico. Doña Tere asiente, sin indagar, como si entendiera que cada compra es un acto de cariño, un pedazo de memoria que se niega a desvanecerse.

El sol aprieta, el bullicio crece, pero Doña Tere no se detiene. «No es solo vender, joven. Es mantenerla viva, aquí, en la calle, donde siempre estuvo», dice mientras recoge un llavero del suelo. Sus «Clauditas», desde 5 hasta 6 mil pesos, no son solo objetos: son fragmentos de una ciudad que no olvida, que camina entre el polvo y el caos, tejiendo su historia con hilos de nostalgia.

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