MÉXICO Y ESTADOS UNIDOS ALINEAN ESTRATEGIAS DE SEGURIDAD BILATERAL

EL BOCÓN
La visita de Marco Rubio a México, en su calidad de secretario de Estado de Estados Unidos, fue algo más que una reunión protocolaria.
Su encuentro con la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo deja ver cómo la relación bilateral en materia de seguridad se mueve en un terreno resbaladizo: cooperación histórica, sí, pero bajo la sombra de las presiones y la narrativa dura de Washington.
Rubio no llegó a la capital mexicana en son de cortesía.
Lo hizo tras una operación militar estadounidense en aguas caribeñas contra un grupo criminal, un recordatorio incómodo de que la política de “acciones unilaterales” sigue latente.
Y al mismo tiempo, vino a reconocer que el gobierno de Sheinbaum es, hoy por hoy, el que más está colaborando con la Casa Blanca en el combate al narcotráfico.
En otras palabras: un garrote en la mano, y un elogio en la boca.
Para México, el mensaje no es menor. Sheinbaum supo marcar un límite al insistir en que la cooperación debe darse bajo principios de reciprocidad, confianza y, sobre todo, respeto a la soberanía.
Subrayar este último punto era inevitable: en un país con la memoria viva de intervenciones extranjeras y la sensibilidad a flor de piel por los discursos de mano dura, cualquier atisbo de subordinación resultaría políticamente tóxico.
El acuerdo de crear un grupo de alto nivel para dar seguimiento a compromisos en seguridad puede leerse de dos maneras.
En la superficie, es un avance operativo que permitirá medir resultados concretos: extradiciones, decomisos, flujos de información, combate al tráfico de armas y de fentanilo.
Pero en el fondo, es también una válvula diplomática: un mecanismo para que Washington se sienta con “palanca de control” y, al mismo tiempo, México pueda demostrar que está cumpliendo sin ceder terreno soberano.
Lo interesante es cómo este episodio refleja una tensión clásica en la relación México–Estados Unidos: el pragmatismo contra la dignidad.
Washington necesita cooperación real para frenar el flujo de drogas; México, apoyo sin intervenciones.
Ambos se necesitan, pero ambos desconfían.
Y aunque el discurso de Rubio habla de “cooperación histórica”, lo cierto es que Estados Unidos mantiene la amenaza de actuar por su cuenta si en algún momento siente que no obtiene lo suficiente.
Claudia Sheinbaum, por su parte, sale fortalecida en el corto plazo.
Mostró firmeza al remarcar la integridad territorial como línea roja y, a la vez, pragmatismo al comprometerse a seguir trabajando de manera estrecha.
Es un equilibrio difícil, pero indispensable: demasiado sometimiento sería inaceptable, demasiado choque sería suicida.
El reto será sostener esta línea en el tiempo.
Porque la presión de Estados Unidos no bajará, y porque la eficacia del nuevo grupo dependerá no de las fotos oficiales, sino de los resultados que ambos gobiernos puedan mostrar en el terreno.
Al final, la visita de Rubio dejó un mensaje claro: México y Estados Unidos están más coordinados que nunca en la lucha contra la inseguridad y el narcotráfico, pero esa coordinación no elimina las asimetrías.
La cooperación avanza, sí, pero bajo un guion en el que Estados Unidos marca los tiempos y México debe aprender a bailar sin perder el paso… ni la dignidad.