Sinaloa, un año en trinchera de guerra

▪️Más de mil 800 asesinatos y 2 mil desapariciones
▪️Más de mil 800 asesinatos y 2 mil desapariciones
Lo desató la captura del Mayo Zambada
MARCOS H, VALERIO/EL BOCÓN
Hace un año, la detención de Ismael “El Mayo” Zambada, líder de una facción del cártel de Sinaloa, encendió la mecha de una guerra brutal entre sus herederos y los hijos de su antiguo socio, Joaquín “El Chapo” Guzmán. Este conflicto ha transformado Culiacán, la capital del estado, en un campo de batalla, con un saldo devastador: más de mil 800 asesinatos, 2 mil desapariciones y una ciudad partida por la violencia, donde la calma es solo un recuerdo.
La captura de Zambada, en julio de 2024, marcó el inicio de la tormenta. Traicionado por Joaquín Guzmán López, hijo de El Chapo y su propio ahijado, Zambada fue secuestrado y entregado a las autoridades estadounidenses en una operación que destapó las fracturas internas del cártel.
Desde una prisión en Estados Unidos, el capo señaló a Guzmán López como el artífice de su caída, desatando una venganza que no tardó en llegar. La “calma tensa”, como la describe Heidy Mares, una habitante de Culiacán, se rompió el 9 de septiembre de 2024, cuando las balas comenzaron a sonar en el barrio del Mercadito, interrumpiendo la rutina matutina de Heidy y su hermana Mariana.
CIUDAD BAJO FUEGO
Dicha fecha, a las 6:45 de la mañana, las ráfagas marcaron el inicio de una nueva guerra. Culiacán, conocida por su vibrante vida cotidiana, se convirtió en una enorme trinchera.
Los enfrentamientos entre los “Mayos” y los “Chapos” han dejado un rastro de sangre: los asesinatos se dispararon un 200%, pasando de 600 entre septiembre de 2023 y agosto de 2024 a más de 1,800 en el mismo periodo de este año. Las desapariciones también se multiplicaron, superando las 2,000, muchas sin resolver.
Negocios legales e ilegales, casas y distribuidores de droga han sido blanco de ataques, extendiendo el caos desde la capital hasta comunidades rurales y la turística Mazatlán, donde crecen las denuncias por reclutamiento forzado.
Heliodoro Mares, de 32 años, recuerda con un café en la mano cómo su vida cambió tras el estallido de la violencia. Ella y su familia abandonaron el centro de Culiacán, huyendo de un vecino narcomenudista cuyas actividades ponían en riesgo su seguridad.
“Todo mundo nos confundía con sus hijas. Se había convertido en un problema”, relata desde su nuevo hogar en la zona norte. La ciudad, dice, se “fisionó” tras la captura de Zambada, dividiéndose entre lealtades al Mayo y al Chapo, liberando una energía caótica que aún no se detiene.
ECOS DE UN PASADO VIOLENTO
La guerra actual no es un hecho aislado. Sinaloa ha sido testigo de conflictos similares: en 2008, entre los Guzmán y los Beltrán Leyva; en 2017, entre la familia del Chapo y Dámaso López; y en 2019, durante el “culiacanazo”, cuando civiles armados tomaron la ciudad tras un intento de detención de Ovidio Guzmán.
Ese episodio, grabado en videos que circularon ampliamente, se convirtió en una unidad de medida para la violencia. La pregunta en Culiacán no es si habrá guerra, sino cuándo, dónde y cuánto durará.
Mientras la ciudad se desangra, las autoridades han minimizado la crisis. El gobernador Rubén Rocha, en los primeros días del conflicto, paseaba junto al río asegurando que reinaba la tranquilidad, una imagen que contrastaba con los reportes de balaceras y bloqueos. La población, atrapada entre el fuego cruzado, vive con el temor de un nuevo “jueves fatídico”, un día que, por tradición local, parece reservado para las peores tragedias.
Culiacán, un año después, sigue fracturada. La captura de Zambada no solo desató una guerra entre facciones, sino que expuso la fragilidad de una ciudad que, pese a su resiliencia, lucha por recuperar la paz. Para Heidy y miles de familias, la vida se divide entre el antes y el después de aquella mañana de septiembre, cuando el aroma del café se mezcló con el eco de las balas.